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Exposición Rafael Canogar: Huellas

El próximo jueves, 16 de marzo, a las 19.00 h. se inaugurará la exposición "Rafael Canogar: Huellas" en la sala de exposiciones del Centro Cultural Mira, de Pozuelo de Alarcón. estará abierta al público hasta el domingo, 16 de julio.


La exposición Huellas, comisariada por nuestro asociado Jesús Cámara, presenta una treintena de pinturas, muchas de ellas de gran formato, creadas entre 2020 y 2023. Todas ellas están realizadas sobre metacrilato y pintadas por ambas caras, en acrílico en el frente y al óleo por detrás. Se ha publicado un catálogo de 148 páginas, de 30 x 25 cm donde se publica una selección de obras desde 2009 hasta el presente y una antología de textos que explica el camino recorrido y el presente de Rafael Canogar.
 

 

 

A continuación un extracto del texto del comisario en el catálogo de la exposición.
La pintura es la impronta del hombre sobre la tierra. Éstas son mis huellas.

Rafael Canogar

(...) "Mi nueva abstracción es el dialogo del pintor con la materia", dice el artista, "la pintura como espejo en el que mirarnos". Despojada ya de toda reivindicación o denuncia, la suya es la abstracción sublimada. Tal vez por ello, y aún en la no figuración, son claras, y no tan casuales, las referencias a la realidad más cercana e íntima del hombre, la que nos pone los pies sobre el suelo y da marco a nuestra existencia: los cuatro elementos. Las alusiones a la tierra arada de su campo natal manchego, las nubes que prometen lluvia, el viento que hace olvidar los malos sueños, el fuego que arrasa y renueva, son presencia constante, incluso en su título, en muchas obras de esta muestra. Quizá el arraigo con la naturaleza le ayuda en el logro de esa espontánea frescura que sigue inundando la obra, una producción de plenitud, pero que siendo de madurez absoluta no entiende del correr de los años.

Bien es cierto, que mucho del lenguaje internacional del informalismo abstracto se sigue apreciando en sus últimas obras, como matriz de su producción: el gusto por lo matérico, el detenimiento en las texturas, el protagonismo del trazo, y sobre todo, la fuerza del gesto. Todas estas características siguen haciendo patente la interacción humana, eso que sale de las manos por encima de lo perfecto. Ese punto de artesano es el alma tan propio de este artista que reniega de la frialdad exacta de las máquinas, de la uniformidad de los ordenadores. Persiste también su amor, como de arqueólogo, por el pasado en pequeños vestigios. Y su herencia asumida y resintetizada, entroncando con la raíz hispana del arte, con lo mejor y más noble del casticismo de la historia de nuestra pintura.

Ahora la abstracción es el lugar donde más y mejor reside la belleza, y para representarla, para encontrarla, y para transmitirla, Canogar sigue pintando hoy. Siente que debe defender a la pintura, y rescatarla, por sí misma, recuperarla desde la ilusión, el respeto, y la verdad. La única reivindicación del Canogar de hoy es la de la riqueza y actualidad de la pintura. Es la obligación que como artista se impone. El último Canogar busca la dimensión trascendente de ella, el hallazgo de esencialidades a través de elementos mínimos.

Se trata de una esencialidad no reñida con la experimentación. En esa búsqueda, encuentra, como siempre, en la investigación de nuevos soportes y técnicas, su mejor aliado. De sus "descubrimientos" aprovecha todas sus posibilidades, su potencial expresivo y estético.

Todas las obras de esta exposición tienen como soporte el metacrilato. El aporte de los nuevos materiales es algo consustancial en la obra de Canogar. Ya en los años setenta experimentó con resinas en esas esculturas que se integraban, o más bien emergían de sus pinturas. En esta nueva etapa abstracta, probó también con la pintura sobre dibond, pero pronto descubrió el juego artístico del metacrilato, que el aluminio no puede ofrecer. Canogar convierte la transparencia en materia misma del cuadro.

Con el metacrilato el artista descubre el dominio de los 360 grados en la bidimensionalidad del formato tradicional del cuadro, al alto por ancho de siempre, se une, en el mismo acto el delante y detrás, y todo se integra en un algo único y nuevo en apariencias y textura. Por detrás no sólo asoma, sino que reina el óleo, imponiendo la templanza, la mesura del color plano, no necesariamente uniforme, en esa otra vez la mano del hombre siempre presente. Burbujillas, grumos, motas, pequeños vacíos o gotas fuera de sitio, hablan más que dicen, del no ceder a la perfección si es a costa de la expresión, rasgo determinante de la personalidad artística de Canogar. Por delante, el acrílico, donde se centra el gesto, que a veces se convierte en trallazo. Es el campo del surco, la materia, la expresión. Canogar trasciende la pintura de acción; hace activo el espacio vacío entre los dos lados del cuadro. Ambas caras no forman una capa pegada al polímero sino que lo impregnan, casi como la tinta entra en el papel. Hablamos de pintura, pintura; de pintura total.

En un ejercicio de prestidigitación pictórica, ha conseguido mostrarnos cara y cruz del cuadro en una única vista de múltiples perspectivas. No es un juego, ni una apuesta, que haga partícipe al azar o al ludismo.

Pero todo ese Canogar, tan nuestro y tan suyo, nos deslumbra en el ejercicio constante del color. Es el color como juego, como reto, y como religión. La pintura es desde el principio, y ante todo pigmento; léase color, y a esa premisa que le viene de toda una vida dedicada a la pintura, consagra hoy su arte. Es el color como impacto, como emoción. El óleo frecuentemente se presenta en dos planos de color, contrastados, o complementarios, pero siempre en combinación armónica y elegante. Los separa una línea imposible del horizonte que el acrílico rompe, rasgándose, descomponiendo los colores del fondo en cientos de otros tonos y matices, que los diferencia uniéndolos, en una transición frecuentemente violenta, y siempre rica en emoción visual. La bicromía es referencia a la constante dualidad que acosa al hombre: el norte y el sur, el pasado y el futuro, el cielo y la tierra, el bien y el mal. La franja central anula la dualidad, calla al maniqueísmo, mitiga el contraste. Cabría pensar que nos recuerda que nada es bueno ni malo; que del blanco al negro, no solo hay una infinitud de grises, sino que cabe todo el espectro cromático, y que sin la tierra, el cielo no sería cielo. En ocasiones, la bicromía no es tal, un tercer color es invitado al ejercicio alquímico de la luz, aportando su diferencia, cobrando protagonismo, cuerpo y fuerza su diversidad. En las obras más recientes a la apertura de esta exposición el negro, ese negro absoluto, tan difícil de percibir por el ojo humano como de conseguir por el artista, ocupa todo el fondo, y la franja se convierte más que nunca en llamada a la sensibilidad del espectador. Lo gestual se convierte en grito, en reflexión, nuevamente en paradigma ético y estético.

Esta última cosmogonía de Canogar descubre en esta exposición su vocación monumental a través de imponente obras de gran formato que se muestran al público ahora, por primera vez en la sala MIRA de Pozuelo de Alarcón, y que llegan a alcanzar los dos metros. Son fruto de la práctica y dominio de la técnica de este maestro que cada día sigue aprendiendo.

La vocación, el mensaje, la utilidad de la pintura del Canogar del siglo XXI es nada más –y nada menos- que el discurso estético. La BELLEZA como parte esencial del entorno creativo; la belleza como contribución a las generaciones presentes y venideras. Es la reflexión del artista, sobre su deuda con la historia y su contribución a la posteridad.

Autores, cuyos textos sobre Rafael, se recogen en este catálogo a modo de antología critica sobre el artista, hablan de la presencia, bien como soterramiento, bien como homenaje, o bien como recuerdo, de Goya, de Rotkho, o de Monet. Indudablemente están. Pero en Canogar también tienen su lugar -o al menos su rinconcito-, las manos de El Castillo, fondos del Beato, los cielos de Mantegna, o las aguas del fiordo de Munch. Es la pintura por el todo, una suerte de metonimia plástica en la que converge la pintura que está y nunca pasa.

Tras décadas de haberse servido de la pintura como arma de libertad creativa, o como denuncia de la opresión política, en estos años veinte del siglo XXI, es él el que sirve a la pintura buscando en ella únicamente la BELLEZA, creando cada día, y en la más noble y estricta acepción de la frase, por AMOR al Arte. Las obras que ahora se muestran son el tributo de amor de un artista por la pintura. Y es también su producción entendida como nunca, como legado, como su impronta en el mundo.

En esta pintura Canogar ve sus huellas.

Jesús Cámara

Torralba de Calatrava, febrero de 2023