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Reproductibilitat 2.3. Marina Núñez. Phantasmas

Es Baluard presenta «Reproductibilitat 2.3. Marina Núñez. Phantasmas». La obra, que podrá verse en el Aljub del museo del 10 de marzo al 9 de abril, es una nueva entrega de su serie Reproductibilitat y la cuarta dedicada específicamente a la imagen en movimiento, tras las centradas en la colección del MACBA, Narcisa Hirsch y colección olorVISUAL.

Phantasmas es una gran instalación que abarca la totalidad del Aljub, el antiguo depósito del siglo XVII convertido en sala expositiva, y en la que la artista Marina Núñez integra un proyecto que sintetiza la evolución de su trabajo artístico alternando obras recientes y piezas inéditas. La videoinstalación consta de cuatro obras: El infierno son nosotros (2012), Ofelia (Carmen) (2015), Ofelia (Inés) (2015) y una creada específicamente para el proyecto, Phantasma (2017).

El trabajo específico sintoniza con la historia del antiguo aljibe haciendo alusión a memorias ancestrales, apariciones de otras vidas, el bien y el mal y elementos primigenios: tierra, fuego, aire y agua.

Comisariado por Nekane Aramburu, este proyecto remite a cuestiones de la historia del arte, sobre todo de la pintura, y algunos recursos de la evolución de la imagen en movimiento.

«Reproductibilitat 2.3. Marina Núñez. Phantasmas» cuenta, entre sus actividades paralelas, con una master class que la artista impartirá esta tarde en Es Baluard y en la que relacionará la pintura y el videoarte.

 

Sobre este proyecto, Marina Núñez escribe:
 
“Históricamente, los fantasmas han sido y son varias cosas: espectros demoníacos o sagrados que toman forma humana, almas de difuntos capaces de relacionarse de alguna forma con los vivos, energías reminiscentes de algunas situaciones formidables, o bien provocadas por las emociones intensas de alguna persona viva...
 
Se relacionen con la existencia de un alma independiente del cuerpo y por tanto de una vida más allá de la muerte, o con un fenómeno paranormal que dejará de serlo cuando la ciencia conozca mejor la química cerebral o las leyes del espacio-tiempo, o incluso con trucos ilusionistas de farsantes, la idea de la existencia de fantasmas es poderosa y excitante porque son fenómenos sobrenaturales que suponen la irrupción de algo extraño y sobrecogedor que perturba el orden racional. Su existencia evanescente en un mundo de sombras e indicios se opone a la contundencia de un mundo crudamente nítido. Son misteriosos, asombrosos y fascinantes.
 
Por supuesto, una explicación convencional de los fantasmas es la de que los supuestos testigos son personas perturbadas, con estados alterados de la conciencia, que no están percibiendo sino ensoñaciones de su cerebro. Igualmente, para el psicoanálisis, un fantasma es una fantasía recurrente, una imagen creada por nuestra mente, una realidad psíquica elaborada, parte de la vida imaginaria de las personas, que articula de diversos modos (satisfactorios o traumáticos) la relación de los deseos o el inconsciente con la realidad objetiva. En cualquier caso, en toda su potente irrealidad, son capaces de trastornarnos.

El espacio ya de por sí literario del Aljub, subterráneo, antiguo y abovedado como un templo, comunicado al final con un túnel secreto con antiguas leyendas, es perfecto para una fantasmagoría de imágenes proyectadas.
 
Los 6 espectros de Phantasma provocan más melancolía que miedo, ya que evocan la muerte. Cadáveres en el suelo cuyos rostros se van deshaciendo, erosionados por el viento, hasta convertirse en huecos-tumbas. De los que surgen finalmente otros aspectos del ser, una especie de estructuras esenciales, ya descarnadas, que sin embargo no escapan, y también se desvanecen como humo. No hay un comienzo alternativo, tan solo la desaparición.
 
Las ofelias también pertenecen a un mundo onírico: sus rostros, como los de los fantasmas, se desintegran en partículas, agujereándose, pero se recomponen al ritmo del agua en la que están sumergidas. Hasta que el sueño se hace carne, lo psíquico, orgánico, la locura o la muerte, reales.
 
Y junto al aire y el agua, el fuego. Los habitantes de El infierno son nosotros, con poses propias de endemoniados, intentan escapar de las llamas. Pero es un intento absurdo e inútil y su caída en el fuego es inevitable, porque cada uno de sus cuerpos es precisamente una de esas llamas, ellos mismos son el infierno, aunque quizá no lo sepan”.