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Prórroga en La Galería Magda Bellotti de "JENGA" de Cristina Maya

GALERÍA MAGDA BELLOTTI

Hasta el el 19 de enero


Cristina Maya estudió arquitectura en la ETSA de Madrid. Todo su trabajo artístico está ligado a la arquitectura y a la función que desempeña en nuestras sociedades. Esta funcionalidad, según la artista, no solo está ligada a las necesidades de sus usuarios si no que denota también la idiosincrasia de la sociedad que los alberga.


Esta serie de trabajos tienen su origen en 2005. Los proyectos en los que trabaja Maya reflexionan sobre cómo la arquitectura puede ser una herramienta política y de cómo ésta define y confina las vidas de sus habitantes.
Nunca tanto como hasta el siglo XXI hemos asistido a un distanciamiento más acusado entre el barrio rico y barrio pobre. "Mientras los rascacielos suben y suben, las favelas se expanden sobre el suelo. En la geografía mundial de la exclusión, los barrios precarios son segregados del resto de la ciudad mediante carreteras o muros".


Maya nos propone un trabajo itinerante y expansivo, en el que cualquier ciudadano, en cualquier parte del mundo, puede formar parte de un proyecto común, en el que la organización del espacio no esté determinado por factores especulativos y económicos si no por factores reales, de verdaderas necesidades de la población y sostenibles para el medio ambiente.
Cristina Maya presenta una pieza de grandes dimensiones en el centro del espacio de la galería, un inmenso rascacielos de suelo a techo, así como una serie de pequeñas piezas fechadas en 2017.

Calle Fúcar, 22 (entrada por el portal). 28014, Madrid.

 


JENGA:​
  En esto consiste el juego: primero se colocan, apilados y ordenados, los bloques de madera; después se retiran, para, a continuación, volver a colocarlos.
  Es la escenificación del eterno retorno, y, por paradójico que parezca, el tiempo se suspende. Éste es un sistema cerrado en el que las fuerzas, duración y transitoriedad se anulan entre sí. La rapidez no apremia. Sí la maña, la destreza con la que se sacan y meten las piezas. Es un constructo en el que todo tiene cabida.
  La torre, compuesta por niveles, conforma un prisma compacto. Es tres veces más alta que ancha. Está realizada a base de unidades vecinales, objetos, deseos e imágenes, y tiene una plaza por la que circulan la falta y la abundancia. Hay dos mercedes y un bmv aparcados junto a utilitarios en sus calles; en el esquema de las cosas, el tendido eléctrico entrelazado cuelga de las fachadas. Una casa sin matrícula y otra con una chimenea, la Comunidad de Propietarios con un suelo laminado, sus barras de labios, Yves Saint Laurent, Chanel, Dior, las gafas Ray Ban, el Smartphone, las tumbonas en parejas, la maquinilla de afeitar, esclavas chapadas en oro y bandejas de plata. Se pasa por una entrada angosta, una puerta se abre a una estancia: hace las veces de dormitorio, sala de estar, despacho y comedor. Hay un teléfono móvil rojo, otro verde y otros azules, blancos y negros. Una cancela, la hebilla de un cinturón, Armani, Blumarine, Dolce & Gabbana. Una radio que transmitiría las propagandas, las aspiraciones, las prescripciones, los ideales, los presupuestos. En las plataformas, mecheros y cerillas, sprays, cassettes, CDs y DVDs. Un pastillero con compartimentos para cada día de la semana, perfumes, baterías de litio, pilas. Consolas, mandos a distancia, tejados de uralita, planchas de gomaespuma, cámaras de fotos, zapatillas, Nike, Adidas, máscaras de pestañas, Lancôme, L’Oréal, Clinique, La Prairie. Una caja de buscapina, un costurero con hilos de colores.
  Así se continúa, al borde de la catástrofe, acumulando y moviendo bloques hasta que se llega al punto de no retorno y la construcción colapsa.​