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Pintar con la mano el cerebro Sabine Finkenauer y Ana H.del Amo en galería Antonia Puyó

Galería Antonia Puyo


27.02.21-17.04.21
Inauguración: sábado 27 febrero a las 11.00 h
 


No recuerdo ni la fecha ni el autor de una frase que anoté hace años en un cuaderno, y que decía lo siguiente: El pintor pinta con el cerebro y no con la mano. Qué duda cabe que tras la mano está el cerebro, y que cada gesto, por rápido y colérico que este parezca, aloja en su ejecución una arquitectura que, observada a cámara lenta, podría hacernos dudar del fundamento de las señas de identidad de una buena parte de la pintura más celebrada de la segunda mitad del siglo XX. Esa de cuando se estilaba pintar arrebatados, como si de un ritual chamánico se tratase, como si esas manos fuesen movidas por una fuerza que poco o nada tiene que ver con la razón. Aunque bien pensado, tampoco lo cerebral debería ser considerado, tan a la ligera, sinónimo de racional o sensato. Todo depende de la sesera de cada cual, e imagino difícil para muchos individuos poder procesar en las suyas algún tipo de decisión articulada, que no rezume insensatez se mire por donde se mire. Llegados a este punto es inevitable acordarse de esa imagen de Shigeko Kubota con una brocha entre sus piernas realizando, en el verano de 1965, aquella memorable performance Vagina painting que constituyó un termómetro muy preciso de lo que, tan solo un año después de su llegada a Nueva York, habría detectado en un boyante panorama artístico compuesto casi en exclusiva por pintores.   Si cuento esto es simplemente porque, ante el feliz compromiso de articular un discurso que ponga en relación la pintura de Sabine Finkenauer y la de Ana H. del Amo, ha surgido de pronto ese espejismo que podría hacernos dudar acerca de la naturaleza de ambas. Acompaño desde hace años el trabajo de H. del Amo y, aunque el contacto con Finkenauer es más reciente, me cuesta imaginarlas pintando encolerizadas, a expensas de lo que la mano dicte. Sin embargo, existe algo en su pintura que guarda de algún modo esa frescura del gesto no racionalizado, ese que en el contrapunto entre lo cerebral y lo manual surge, por ejemplo, cuando por un error de cálculo rozamos con la esquina de un mueble una pared, o la defensa de un automóvil contra los muros de un estacionamiento. Y me pregunto, ¿Cómo se “pinta” en esos casos? ¿Con la mano –el coche, el mueble…- o con el cerebro? Finkenauer y H. del Amo pertenecen a dos generaciones distintas, pero ambas se formaron, la primera en Múnich, y la segunda entre Sevilla y Barcelona, en instantes en que la pintura dominaba en gran medida el lenguaje internacional del arte. Sin embargo, aunque instruidas en estos contextos, ninguna de las dos aterrizó como pintora en medio de ese clima festivo que proporcionaba el mercado, sino que más bien se insirieron en el sistema del arte cuando del banquete apenas quedaban los restos. Manel Clot señalaba en 1989, refiriéndose a una nueva generación de pintoras y pintores españoles: Tienen en común el rechazo de las pasiones inmediatas. Comparten una cierta reivindicación de la pintura como zona en la que se cruzan diferentes posiciones ideológicas, como lugar de deslizamientos materiales, físicos y significantes que, en ocasiones, se produce también hacia extremos que limitan con el formalismo, en un intento por establecer nuevas fronteras, dinamitar otras y abolir adscripciones un tanto forzadas, separándose radicalmente de todo cuanto produjo la fiebre pictoricista de los ochenta, y adoptando a menudo actitudes combativas frente a la manipulación y la desvirtualización suscitadas por los aspectos que interfieren en la creación contemporánea, como los relacionados con la promoción forzada, el consumo apresurado o esas ansias por figurar a toda costa.
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Precisas palabras las de Clot para situar lo que de otro modo podría pasar por más de lo mismo. Por eso, en las antípodas de esa pintura que se anunciaba irreflexiva, surgía una que reflexionaba acerca de su propia naturaleza y reivindicaba, entre otras cosas, lo que de cerebral existe, tanto en la elección de los materiales, como en el rastro de la mano o en el análisis de las formas que se sitúan cada vez más lejos de la urgencia, sin miedo alguno a que el carácter se diluya en sus decisiones reposadas. Por eso, si echamos un vistazo al trabajo de Finkenauer o al de H. del Amo, encontramos muchas de estas resoluciones que tienen más que ver con la pintura como actividad reflexiva, que con actitudes ante las cuales ellas jamás se reconocerían. Lejos de cuestiones relacionadas estrictamente con la actitud de estas dos pintoras, centrados ya en aspectos formales, se da en ambas un modo particular de aplicar la pintura, que responde más a un roce que a una aplicación suelta, y que resalta, por utilizar un término que he oído a H. del Amo en múltiples ocasiones, la carnosidad ya no de las formas, sino de la propia materia. Podríamos, por otra parte, caer en el error de señalar la geometría como nexo, cuando en realidad, si existe en ellas algo de geométrico me atrevería a decir que es anecdótico y que se debe quizás, en la pintura de Finkenauer, a un deseo inconsciente por lo ornamental, por la repetición de patrones que le permitan imaginar la expansión ilimitada de unos motivos que van deformando la rectitud de sus líneas hasta individualizarse dentro de su pretendida similitud. Y en H. del Amo, lo que existe es una satisfacción por las formas que, en el caso de los objetos que rescata y manipula, vienen ya dadas, y es ella quien las recorre con la pintura por medio de sus caras y aristas, privilegiando unas por encima de otras y redefiniendo así su estructura. Por lo tanto, atribuir quizás a ambas un especial interés por lo geométrico no sea más que quedarse a las puertas de algo mucho mayor, obviando de ese modo que tanto Sabine Finkenauer como Ana H. del Amo son dos claros ejemplos de pintoras netamente cerebrales, y que incluso si en algún instante surgiese la duda, me atrevería a afirmar que la aparente inmediatez de su gesto no es ni más ni menos que el resultado de una concienzuda racionalización de ese recurso.
 

[1]
Manel Clot y José Méndez, Los pintores del 90, una generación reflexiva, El País, 16 de agosto de 1989.