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Inauguración de la exposición «TIEMPO ROTO», del pintor y escultor Pedro Castrortega en el Museo Municipal de Valdepeñas.


El próximo viernes, 3 de febrero a las 20.00 h. se inaugurará la exposición TIEMPO ROTO, del pintor y escultor Pedro Castrortega (Piedrabuena, Ciudad Real, 1956) en el Museo Municipal de Valdepeñas.

Será presentada por Doña Ana Muñoz, Viceconsejera de Cultura de la Junta de Castilla-La Mancha, D. Jesús Martín, alcalde de Valdepeñas, senador por Castilla-La Mancha y portavoz de Cultura en el Senado.


 


La muestra Tiempo Roto, comisariada por nuestro asociado Jesús Cámara, es el reconocimiento, en forma de exposición, de una región a uno de sus más destacados artistas, y consecuencia, tan bella como necesaria, de la concesión a Pedro Castrortega de la Medalla de Oro al Mérito Cultural en Artes Plásticas, que recibió de manos del Presidente de la Comunidad García Paje, en octubre de 2021. 
Se compone de una treintena de pinturas de óleo sobre lienzo, algunas de ellas de gran tamaño, (200 x 560 cm) que previamente han sido mostradas en el Convento de la Merced-Museo de Ciudad y que han sido creadas exprofeso para la ocasión.
Como comisario de esta exposición ha sido todo un privilegio haber asistido a la emoción con la que el artista recibió la propuesta de la celebración de esta exposición, y ser testigo de la generosidad con la que ha respondido al llamamiento. Comenta el artista: Pinto, porque necesito respirar, sentir que este fragmento de vida que me pertenece, lo he de llenar con sueños, con imágenes que me permitan edificar un espacio vital. Nada es lo que parece, o tal vez sí. La realidad es poliédrica, el árbol me permite respirar, el sol, el agua, las estrellas, forman parte de un escenario inalterable. La caricia es imprescindible. Los miedos tienen aristas negras, y nosotros formamos parte de todo esto. Es necesario entregarse al fuego, a la luz, a la pasión que nos invita, esencialmente a lo incierto. Busco mis ángeles, la magia. El sortilegio, la salida, para que el tiempo no se me escape. Abro los ojos todos los días, sueño imposibles, y los pinto.


Si algo caracteriza la obra de Pedro Castrortega, tanto en pintura como en escultura, es su particularísima iconografía centrada en la presencia constante, y casi totémica, de extraños seres y de elementos de la naturaleza: animales, lunas, soles, árboles, ojos, sombras, agua... y los espíritus que ineludiblemente la conforman.

Esos seres que pueblan sus lienzos, no son sólo un recurso estético, ni una solución expresiva. Son, ante todo y después de todo, los protagonistas de su propio universo y de, un mundo creado por él muy pronto, arraigado en él muy profundo. Con seis décadas de vida, e intensas experiencias cosmopolitas, en Nueva York, Berlín, o París, Castrortega ante el lienzo, vuelve a ser el niño nacido en un pueblo en las estribaciones de los Montes de Toledo. El hijo del llano implacable y de la sierra agreste, donde todo es verdadero, y sin embargo, donde caben todos los sueños.

Creció sin apenas contacto exterior civilizado: sin juguetes, sin televisión ni radio. Así conformó su propia cosmogonía y forjó su personalidad. Aprendió a pintar como de la nada, el arte nació en él, o de él, como nació en el hombre, dibujos sobre la tierra hechos con un palo. Lo que hubiera podido ser su cayado de pastor se trastocó como por encanto en pinceles, quizás por eso en sus lienzos todavía quede tanta magia.

El mundo del que viene, y al que siempre vuelve, es otro: el del aullido de los lobos rasgando la noche, el grito ronco de la berrea retumbando en las sierras, o el caliente jadeo de Linda, la perrilla con la que aprendió a andar primero, y a nadar luego en el río. Un mundo del color de la luz, de la luna partiendo la noche, del rojo de la sangre en su lucha por la vida, del blanco resplandor de la jara en lo oscuro del monte, el mundo de azules infinitos del agua flotando inmaculada sobre el lodo, o el reino del violeta, cuando atardecen los cerrillos de piedra que alguna vez fueron volcanes en el ignoto Campo de Calatrava.

El suyo es el mundo de las sensaciones, siempre habitado por sombras que crecen y se transforman. Según el momento o el lugar, inquietan o dan cobijo; a veces son monstruos, y otras, manos amigas; sombras que son materia, más que juegos de luz, como las nubes que, cuando están, semejan algo diferente cada rato. Ese rato es la medida del tiempo para un hombre sin más reloj que el andar del sol por la cúpula celeste. Un tiempo que la distancia, la pandemia y la muerte han roto. Este es el TIEMPO ROTO de Castrortega. Algo que como un vidrio caído, ya no se puede recomponer, pero que genera toda una galaxia de nuevas formas que ahora se plasman en sus lienzos.

Eso, que tanto merece ser contado, es lo que ahora se nos muestra.
 

Todo en la vida y en la obra de Pedro Castrortega es como un pequeño milagro, un sueño hecho realidad, como lo que se nos viene a la mente ante la primera apreciación de muchas de sus obras. En efecto, es un pequeño milagro que aquel hijo de un perrero de reala saliera de Piedrabuena para conquistar Manhattan y lo consiguiera. Es igualmente, un pequeño milagro que los recursos del expresionismo alemán, o el lenguaje plástico de la transvanguardia italiana y los Caprichos y la Pinturas Negras de Goya, converjan en los ojos de esas lechuzas, que sin embargo son, también, las de los campos manchegos, las de sus noches, las de los miedos y las certezas de un niño en cuya casa no había un solo libro, y en cuya pintura hay tanto de literario.
Hasta finales de marzo en el Museo Municipal de Valdepeñas.
Calle Real, 42