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La comunidad desobrada: texto de José Luis Corazón Ardura

DE DISONANCIAS, FICCIONES Y PERPLEJIDADES

José Luis Corazón Ardura

El arte tiene que dirigirse contra lo que conforma su propio concepto, con lo cual se vuelve incierto hasta la médula

ADORNO

La comunidad de los que no tienen comunidad

GEORGES BATAILLE

Plantear una relación poética en el arte actual en términos de ausencia y presencia equivale a considerar que la labor artística no se da de una manera habitual. Sin ser el artista un mero ejecutor de una obra, consideramos que su pertenencia, como creador de estados, escapa hacia espacios vinculados a la realidad de la propia obra de arte y a la valoración de la importancia de su compleja configuración. Puede decirse que existe una disonancia entre lo proyectado y lo conseguido, entre lo alcanzado y lo olvidado, una obra siempre por venir. Una distancia semejante a la que ocupa un pensamiento consciente de su inherente imposibilidad. Adorno ha señalado la importancia de esta destrucción en el arte. Paul de Man ha considerado la definición del pensamiento poético en relación a su actividad negativa. Sin ser únicamente una cuestión vinculada a su aspecto intelectual e histórico, ha de subrayarse la importancia de su aspecto político. La iconoclastia, entendida como uno de los elementos que establecen una poética de la destrucción, es una presencia contradictoria. En un sentido tradicional, es la prohibición de una imagen fija ligada a una representación mimética. Más allá, es la propia imposibilidad de representar, porque lo que trata de mostrar es precisamente la propia prohibición y la incapacidad por alcanzar una obra que empiece y acabe en sí misma. La iconoclastia es una cuestión de disonancia, alteración y polaridad. Por otro lado, se dirige hacia un espacio negativo, neutro e impresente. Como su propia apariencia estética y formal, coincide en una perplejidad metafórica ligada no sólo al estado del arte, sino a la situación política, económica y sociológica. La práctica artística se comprende como una acción política y vital, sin tratar de hacer de ella un mero inventario de ideas. Esa negación ante un estado de cosas es lo que conduce a una rebelión ante el vacío que, inevitablemente, sólo conduce hacia sí mismo: la vinculación del arte y su negatividad comparece de una manera destructora. Este espacio es el lugar de un desastre, tanto para la presencia posible de algo artístico en su materialidad, como en su aspecto formal. El trato con la inmediatez es la presencia de una disonancia iconoclasta, desastrosa e irónica, vinculada a la creación de ficciones. LA COMUNIDAD DESOBRADA presenta el trabajo de JOSECHU DÁVILA_ DEMOCRACIA_ CHUS GARCÍA-FRAILE_ ROGELIO LÓPEZ CUENCA_ TERESA MARGOLLES_ EUGENIO MERINO_ JAVIER NÚÑEZ GASCO_ PSJM_ MIGUEL PUEYO_ AVELINO SALA_ CARLOS RODRÍGUEZ-MÉNDEZ_ DOMINGO SÁNCHEZ BLANCO_ SANTIAGO SIERRA y CUCO SUÁREZ. En esta dirección, sus compromisos respectivos conforman un acercamiento a esa iconoclastia propia del arte del presente. Un sentido de la comunidad que quiere ser una reflexión sobre la desaparición y el extrañamiento, el vacío encontrado en una deconstrucción entendida desde la ironía, la destrucción y el rigor. Estos hechos señalan hacia una vivencia de la muerte, un resplandor irónico y procaz. Una suma de intereses en donde los límites de las artes tienen un espacio central. Como umbrales de lo artístico y lo poético, nuestra exposición quiere ser un lugar de reflexión estética, vinculando estos espacios en la correspondencia simbólica entre el arte y el desastre en un espacio de escritura absoluta. Precisamente, este carácter escrito subyacente en estos artistas se dirige hacia lo negativo en el arte, uniendo la creación de ficciones a un arte que reflexiona sobre sí mismo. Siendo conscientes de su propia mortalidad, este espacio ausente revela la imposibilidad propia de lo poético, lo simbólico y lo estético. Borrados en la demora del tiempo, proponemos la comprensión y aparición de lo que se sustrae, oculta y arranca a través de un simulacro: la distancia artística de un arte del presente.

Si como Rilke afirmaba, había que tener cuidado con ese ser llamado vecino, partiendo de una grabación a medio camino entre lo real y lo documental, JOSECHU DÁVILA muestra que la convivencia está inmersa en esa vuelta de las palabras al pueblo. Una experiencia audiovisual que nos da a escuchar las reflexiones de una participante de esta comunidad del presente. Una convivencia donde puede asaltar en cualquier momento una acción declamatoria y reflexiva que puede llegar a convertirse en un idílico estado del bienestar como el que presenta DEMOCRACIA en un video que señala hacia algunas de las maneras preocupantes que tienen los límites de la ciudad para crecer sumidos en el espectáculo de la destrucción. En contraposición, la pintura construccionista de CHUS GARCÍA-FRAILE se dirige hacia el tratamiento de lo urbanístico, una uniformidad característica de la sociedad del capital y el confort, destinada a considerar que los edificios corresponden a una visión estereotipada de lo comunitario. ROGELIO LÓPEZ CUENCA ha logrado mantener un equilibrio entre sus propuestas políticas y una premeditada poética, yuxtaponiendo mensajes e imágenes encontradas en los medios de comunicación de masas, logrando conciliar lo absurdo y lo real en una suerte de coincidencia de lo hostil y lo amistoso. Una crueldad del prójimo comunitario que lleva a TERESA MARGOLLES a realizar un muestrario de telas que resguardaron, en una apocalíptica acción - apocalipsis es la acción de retirar el velo-. los cadáveres de asesinados por las luchas del narcotráfico en México. Inserto en una tradición más irónica, EUGENIO MERINO utiliza técnicas propias de los efectos especiales para conformar una escultura influida por un realismo que caricaturiza a algunos personajes importantes de la política internacional, un metafórico desdoblamiento impuesto a sus protagonistas en un espacio irónico identificable con su sarcástico humor negro. También el procedimiento conceptual de JAVIER NÚÑEZ GASCO nos conduce a un auténtico desobramiento. Unas lápidas donde se inscriben mensajes conducentes a mostrar el entrecruzamiento de la acción y la reflexión autocrítica y autorreflexiva en una suerte de cementerio de ideas vinculado a la historia del arte. En el desarrollo empresarial de PSJM podemos apreciar un talante democrático propio de las comunidades. En esa dirección, su último trabajo se basa en la creación de ejércitos privados. Una visión que es una retorsión del ready-made, mostrando las contradicciones propias del capitalismo y de su fin como ideología. Si la burguesía ha sido en gran medida uno de los objetivos que las vanguardias querían destruir, MIGUEL PUEYO reconcilia esa posible convivencia de clase en la sociedad actual por medio de imágenes que muestran las paradojas propias del capitalismo y de una sociedad que abiertamente está abocada a la presencia de la diferencia. Pero como muestra el trabajo memorial de AVELINO SALA, estamos bajo la mirada de un poder identificado con poderosos águilas, donde se concilia el poder del imperio con su representación pública, sabiendo que en la comunidad también se ocultan enemigos. Así, encontramos en esa incursión en los emblemas una nueva lectura de lo que nos une en esa ironía proveniente de la incorporación de los símbolos en la sociedad. En el caso de CARLOS RODRÍGUEZ-MÉNDEZ, su trabajo oscila en una diseminación de la acción performativa, la escultura y la creación de espacios liminares donde se ubican sus esculturas en una suerte de escultura social. DOMINGO SÁNCHEZ BLANCO se encuentra también en ese hiato propio de las artes, donde los límites entre las prácticas nos conducen finalmente al libro. A partir de acciones identificables con una suerte de paroxismo, ha realizado obras importantes por su componente amistoso, mágico y simbólico. Con una bandera negra como emblema del luto por la cancelación de una república española, SANTIAGO SIERRA continúa su radical exploración de los márgenes económicos, sociales y conceptuales de la comunidad del arte por medio de una acción que devuelve sus productos mostrando la paradójica literalidad de lo que se define como trabajo. Por último, CUCO SUÁREZ realiza una explosiva acción mostrando la identificación foucaultiana del artista con el artificiero. Una simulación de las acciones que conducen a que las noticias –como afirma su título- sean escritas con sangre.

Una comunidad que sabe de sobra que no hay lugar para lo común, reivindicando pensar otra vez el espacio que tiene el arte en la actualidad, señalando -con Althusser- que en la comunidad nunca se está solo. En ese intercambio de ideas se trata de recuperar una reflexión sobre lo que significa lo común y lo diferente, en nuestro caso, convocando una comunidad de artistas capaz de exponerse e imponerse. En este sentido, decir comunidad es tratar de ligar una asociación de diferencias que –afirma Blanchot- tiene como aspiración un cierto trato con lo mortal, visto desde la acción que aún le queda al arte en la sociedad del capital. Así, plantear una reflexión desde un comunismo de la diferencia significa dar una nueva orientación al arte cuando se encuentra con lo otro y con los otros. Como escribe Jean-Luc Nancy, “la comunidad es lo que tiene lugar siempre a través del otro y para el otro” (La comunidad desobrada, Arena Libros, trad. Pablo Perera, 2001, p. 35) En esa interacción podemos entrever que en realidad hay que dar cuenta de la relación que supone partir de una presencia que tiene como umbral aportar a la comunidad nuevos modos de decir. En este sentido, nuestra comunidad parte de un realismo de alguna manera fantasmático y disperso: una utopía, sin lugar preciso. Así, una comunidad confesadamente y sin obra señala hacia la deconstrucción de un espacio artístico y político cerrado, destinado a abrirse a una realidad propiamente mítica que se resiste a la sistematización y donde comparece lo iconoclasta. Si el arte viene precedido de una interrupción en el discurso, daremos cuenta de que realmente lo que podemos atestiguar es que existe una fractura en lo que se denomina explícitamente como obra y desobra. El arte actual trata de formalizar relaciones que presuponen espacios de libertad, apostando por una destrucción como culmen de un cierto estado de cosas. Entonces, avisa Blanchot, la comunidad tiene como fin la destrucción de la sociedad. Y la transformación de las artes en una sociedad por hacer, como reconoce Nancy, está en esa conciencia de los límites: “Más acá o más allá de la obra, eso que se retira de la obra, eso que ya no tiene nada que ver ni con la producción, ni con la consumación, sino que tropieza con la interrupción, la fragmentación, el suspenso. La comunidad está hecha de la interrupción de las singularidades, o del suspenso que son los seres singulares. Ella no es su obra, y no los tiene como sus obras, así como tampoco la comunicación es una obra, ni siquiera una operación de los seres singulares: porque ella es simplemente su ser –su ser suspendido sobre su límite. La comunicación es el desobramiento de la obra social, económica, técnica, institucional” (La comunidad desobrada, op. cit, pp. 61-62). Es en este sentido de escritura donde el arte nos lleva hacia una zona de imposibilidad, siempre en otro lado, siendo conscientes de su carácter perecedero y su prometida ausencia constante. Cuestiones que pueden abordarse desde un pensamiento poético, la situación paradójica y contradictoria puede trasladarse a distintos ámbitos estéticos: una perplejidad donde la comunidad pertenece a los que no tienen comunidad.

La comunidad desobrada